La culpa fue de mi buen
amigo Ángel Martín. Me animó a ir al palco de honor del estadio Alfredo Di
Stéfano de Valdebebas para presenciar un partido del Real Madrid Castilla de
Jesé, Álex, Nacho, Joselu pero, sobre todo, de Morata. Era mi segundo año en
Madrid y apenas había tenido contacto con el mundo del periodismo deportivo y
estaba impresionado de verme allí, rodeado de gente conocida del mundo del
fútbol: por allí se dejaron ver Emilio Butragueño, Julenn Lopetegui o jugadores
de la primera plantilla que acudieron a ver el encuentro del filial como Pepe y
Marcelo. Creo que fue la primera vez que vi de cerca a jugadores profesionales.
Pero toda aquella
parafernalia iba a quedar eclipsada muy pronto: concretamente, el tiempo que
tardó en hacer acto de presencia en el estadio que lleva su nombre, la Saeta
Rubia, la leyenda futbolística, el mejor jugador de la historia, o lo que es lo
mismo, Don Alfredo Di Stéfano. Recuerdo que sentí como si estuviera cumpliendo
el sueño de tres generaciones: el de mi abuelo, el de mi padre y el mío propio.
Ver la figura de Di Stéfano, apoltronado en aquella silla de ruedas, casi sin
poder valerse por sí mismo pero sin abandonar aquello que le había dado todo en
la vida: el fútbol y el Real Madrid.
Ángel y yo nos miramos
y no hizo falta que habláramos. Sabíamos que teníamos que inmortalizar aquel
momento. Esa situación no se daba todos los días. Nos acercamos, entre temorosos
y respetuosos y preguntamos, casi a la limón:
-
“Don Alfredo, ¿le importa sacarse una
foto con nosotros?”
-
“¿Por qué conmigo, pibes?”, respondió casi
balbuceando.
Yo no sé si a Ángel
también le ocurrió lo mismo, pero yo respondí con una risa nerviosa casi
incrédulo por la pregunta que nos había formulado. La respuesta era evidente.
Don Alfredo no quería ser protagonista ni en el estadio que llevaba su nombre. Increíble.
-
“Si me hubiesen dado una peseta por cada
foto que me tomé, sería millonario”, bromeó, a su manera, la Saeta Rubia.
-
“Muchas gracias, Don Alfredo”,
agradecimos cortados aún por la experiencia que acabábamos de vivir.
Y esa foto y esa
conversación se quedarán para mí por siempre –aunque no salgo muy bien porque
la noche anterior había sido ajetreada, ya me entendéis-. Hoy la comparto con
vosotros orgulloso. No siempre se da la
oportunidad de ver un partido de fútbol
casi al lado del mejor jugador de la historia de ese deporte. Su cuerpo, escaso
de energía, descansaba en aquella silla de ruedas, con el tronco encorvado,
mientras apoyaba ambas manos en el bastón que le ayudaba a sostenerse y a avanzar las raras veces que erguía su
figura y se separaba de la silla. Pero su mirada, no se desvió en ningún
momento del partido del Castilla. Y la mía, casi prestó más atención a su
persona que al encuentro. Estaba
impresionado e impactado de tenerlo allí.
Estoy convencido de que
si Florentino Pérez ganó por primera vez las elecciones a la presidencia del
Real Madrid, en el año 2000, fue, en gran medida, por nombrar en su
candidatura a Don Alfredo como
Presidente de Honor del club blanco –el fichaje de Luis Figo también tuvo mucho
peso, claro-. Él lo había sido todo en el fútbol y en el Real Madrid, por eso,
él, hasta hoy, ha seguido significando todo para los amantes del fútbol y más
aún para los madridistas.
Yo, por edad, no lo vi
jugar. He disfrutado con vídeos de sus mejores momentos: aquel gol de tacón, la
final de la Copa de Europa que enfrentó al Real Madrid con el Eintracht de
Frankfurt. Soy incapaz de juzgar si ha sido el mejor, porque la época era
diferente y las comparaciones son odiosas, dudo que haya nadie mejor que Messi
y Cristiano, pero de lo que sí estoy seguro es de que la Saeta cambió el
fútbol; inventó el fútbol moderno.
No se nos debe olvidar
que si hay niños que hoy nacen y eligen
ser del Real Madrid, es en buena parte por dónde colocó a ese club Di Stéfano
tanto como jugador como de entrenador. El argentino, nacionalizado español, fue
uno de los máximos responsables de hacer del Madrid el mejor club del siglo XX,
tal y como lo reconoció la FIFA. Di Stéfano es fútbol, pero fútbol del bueno,
del de combinar con el compañero, del de entregarse por él, del de hacer de
este deporte una obra de arte. De ahí su legendaria frase: “El balón es de cuero,
el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto; bajen el balón al pasto”.
En cristiano, el balón
al césped, que es su hábitat. Nada de rifarlo a pelotazos. Esa era su
filosofía. Y no le fue mal. Los valores que transmitía, según los que le
conocían, era más hermosos que su forma de practicar el balompié. Quizás por
eso todos le quieren; quizás por eso en su adiós, triste adiós, nadie entiende
de colores; quizás por eso, por todo eso, hoy el mundo del fútbol y el
madridismo lloran por él. Hasta siempre, GENIO.
David Oller
Molina
@David_Oller91
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